Bajo el cielo encapotado de Salamanca me hallo. Llueve si, pero es una tormenta de verano, de esas de las que tienes ganas de salir ahí fuera y formar parte del paisaje, dejar que la llueva calé cada parte de tu cuerpo y mirar al cielo y sonreírle porque estás agusto; ya sea acompañada o incluso sola. Simplemente disfrutar.
La ventana está abierta y entra un fresquito que la verdad después de todos estos días de calor, se agradece. Pero lo que más me gusta es la temperatura ambiente que se queda después de que las nubes han descargado toda la lluvia posible.
Porque al igual que ellas, nosotros a veces tenemos que desahogarnos; no importa la forma en que lo hagas, existen muchas formas:
- Dando un paseo sin saber a donde te llevarán tus pasos para despejar la mente, o incluso corriendo para soltar adrenalina.
- Otra manera podría ser emborracharte hasta que no pudieras beber más, aunque es la más fácil de hacer, el resultado a la mañana siguiente no compensa, la resaca te hunde.
-Gritar, pero gritar bien alto hasta que no puedas más, creerme que es la más dura y a la vez la más gratificante de hacer.
-O como yo en mi caso, escribiendo frente a mi portátil, describiendo de una manera muy sutil mis ganas de desahogarme, de gritar hasta que no pueda más, de querer salir de casa y no saber donde iré, improvisando.
Como la vida, una improvisación, que a veces puede que te salga perfecto y otras veces no sabes por donde salir, qué hacer para enmendar un error, o cómo recuperar algo que crees perdido.
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